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Artículo especial

'Polémico GP', por Luis Manuel "Chacho" López

Luis Manuel "Chacho" López repasa la tormentosa y emocionante historia que ha tenido la Fórmula 1 en México a lo largo de las décadas y destaca la importancia de su continuidad para el país.

Valtteri Bottas, Mercedes AMG F1 W09 EQ Power+

Foto de: Jerry Andre / Motorsport Images

Pasaron difíciles meses pero, finalmente, la Fórmula1 renovó votos con México. Lo mejor es que la participación gubernamental no será con recursos públicos y lo mejor es que el Gran Premio permanecerá en el Autódromo Hermanos Rodríguez.

No fue un proceso terso. El golpeteo mediático que se desató complicó las negociaciones, se tuvo que salvar con diplomacia, negociación y mucho trabajo por las partes interesadas, un mérito compartido.

Muy bien que las autoridades de la Ciudad de México hayan resistido la mediatzación negativa. Claudia Sheinbaum, Jefa de Gobierno, al contrario de otros funcionarios de alto nivel, esperó, auditó, elaboró estudios y decidió de manera razonada.

Así es como llegamos al nuevo escenario, con un fideicomiso privado integrado por cien empresas inversoras, las cifras permitirán ir a tres años con opción de ir a cinco como ya se ha dicho.

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Vale decir que la participación oficial, que siempre ha sido impecable, se repetirá con la misión de brindar excelente seguridad, facilidades logísticas, aduaneras, etcétera.

¿Pero, por qué el apoyo económico gubernamental en las carreras de F1? Vamos a sintetizar en que Bernie Ecclestone lo imponía como condición para negociar. Al ser el ‘supremo’ de la F1 lo exigía como su propia medida de seguridad.

Demandaba que los promotores estuvieran asociados con alguna entidad de gobierno, ya que, por ejemplo, muchas veces los particulares no eran originales de los países y así, si fallaba uno, Bernie se iba sobre el otro.

Hoy en día es diferente. Los nuevos propietarios de la F1 ven la promoción como una sola entidad para asociarse a largo plazo. Prueba de ello fue que Chase Carey, CEO de Fórmula 1, negoció internamente una reducción a las tarifas de entrada para el GP de México.

Y, bueno, pues aún así, el Gran Premio ahora de la Ciudad de México sigue siendo polémico.

Como lo fue en 1971 cuando la F1 se fue porque el entusiasmo se nos desbordaba, o cuando nos volvió a dejar porque un rancio político en 1992 se imaginó hechos de polución inexistentes y decidió no escuchar razones, ni expertos, ni nada. Por cierto, en ambas épocas anteriores, todo corría a cargo de la iniciativa privada.

Nigel Mansell en el GP de México de 1992, el último antes del regreso de la F1 en 2015.

Nigel Mansell en el GP de México de 1992, el último antes del regreso de la F1 en 2015.

Photo by: Sutton

La actualidad de la máxima categoría y esta carrera mexicana es más sólida, más global, más incluyente de lo que se piensa y si me permites, querido lector, lo comparto vivencialmente.

Hablemos de las entradas. Tengo apasionados y conocedores amigos que han comprado localidades desde las volátiles de 1,500 pesos por tres días, hasta los codiciadísimos tickets de Foro Sol de 4,500 con el pódium más espectacular del año, para disfrutar ‘en-carne-y-hueso’ el ambiente de la F1.

Algo bueno pasa en las gradas, en los pasillos, en los comercios, alguna buena vibra hay en los espectáculos, las catrinas, los charros, los alebrijes que tras los 300 mil que asistieron el primer año, después de cuatro consecutivos, la entrada global es de 1.3 millones de personas según lo auditado.

También conozco de grupos empresariales que, incluso sin estar involucrados en la F1, compran los costosos accesos de Paddock Club de 5,500 dólares para premiar a sus socios, clientes o empleados en uno de los mejores espectáculos en vivo del orbe, y esto último no es un invento mío, sino un premio internacional.

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Me consta que los han traído de Alemania, Brasil, Estados Unidos, Canadá, he charlado con y frente a ellos. Son turistas que reservan en los hoteles y restaurantes más costosos, consumen muchos servicios y, en un buen arranque, se lanzan a las playas a la menor provocación.

Voy a confesar además que tengo la manía de llegar muy temprano a los autódromos, tipo 6:45 am siempre que se pueda. En esas andanzas me ha tocado entrar a mi segunda patria -el autódromo Hermanos Rodríguez- codo a codo con un ejército.

Junto a meseras, cocineros, carpinteros, floristas, personal de limpieza, guardias, choferes, vendedores, edecanes, voluntarios de información, técnicos de sonido e iluminación, y por supuesto ¡los mejores oficiales de pista del mundo! Es una verdadera vitamina compartir el “¡Buenos días!”, “¡Suerte, muchachos!”.

Ha sido un privilegio ver y escuchar durante el GPM de 2015 a 130 mil personas cantar el himno nacional con erizante emoción.

Me tocó hacerlo al lado de siete muy adinerados ciudadanos europeos, invitados por una de las marcas más poderosas de la F1, y ninguno de ellos al escuchar dudó en ponerse de pie en una genuina señal de emoción y respeto por lo nuestro.

Privilegio mayor haber tenido en transmisión los ojos vidriados en la vuelta 19 del Gran Premio 2017. Ese ‘happening’ espontáneo que nos hizo levantar los brazos en honor de nuestros caídos, nuestros mexicanos. Expresión de sentimiento sin límite, sin requisitos, absolutamente unánime y en medio de una carrera de autos.

Así también pasan las cosas en nuestro Gran Premio.

Nuestra historia de Fórmula 1 ha sido tormentosa, y emocionante a lo largo de las décadas. A veces trágica como en el negro 1962 por Ricardo Rodríguez, pero siempre intensa y polémica.

No dudemos, esto es un asunto de gusto, afición, pasión y emoción. No es por colores, ni por ideologías. Por fortuna es una fiesta. Es de todos, y la tenemos en casa.

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