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¡A Mil Por Hora!

Angelo della Corsa nos habla de Quién es quién en su columna de esta semana.

Estatua de Fangio

Estatua de Fangio

Citroën Communication

Juan Manuel Fangio's 1956 Ferrari 290 MM
Estatua de Fangio
Juan Manuel Fangio
Juan Manuel Fangio
Fangio Homenaje: Sir Stirling Moss
Fangio Homenaje: Stirling Moss
Fangio Homenaje: Sir Stirling Moss
Juan-Manuel Fangio memorial
#99 All American Racers Celica Turbo: Willy T. Ribbs, Juan-Manuel Fangio II, Rocky Moran
#99 All American Racers Celica Turbo: Willy T. Ribbs, Juan-Manuel Fangio II, Rocky Moran
Jean Alesi en el Fangio Mercedes Streamliner
1957 Maserati 250F (Juan Manuel Fangio): Lukas Huni
1957 Maserati 250F (Juan Manuel Fangio): Lukas Huni
1957 Maserati 250F (Juan Manuel Fangio): Lukas Huni
Juan Manuel Fangio

Es un vericueto sin fin y también una clase de laberinto en el cual es muy fácil perderse si se quiere abarcar cada detalle y todo pormenor de lo ocurrido en la Fórmula 1, con apenas 65 años de historia a cuestas. Cuando, por su parte, los Juegos Olímpicos vienen escenificándose desde 1896; si bien cada cuatro años, con excepción de 1916, 1940 y 1944 en que no los hubo; para de esta manera, llegar a 34 fiestas en Río de Janeiro, muy pronto. En cambio, los Campeonatos Mundiales de Futbol –también cuatrienales– dieron la primera patada en 1930, con dos ausencias; de modo que, ya van veinte ediciones de patadas entre las naciones. 

Se advierte de lo previo, porque hay muchos que gustan comparar a estas tres actividades deportivas que se realizan por todo el mundo. La diferencia, que no es menor, reside en que la Fórmula Uno, se juega año como año –sin interrupciones, hasta hoy– celebrando varias justas cada 12 meses. En 2016, por ejemplo, se van a llevar a cabo 21 carreras, salvo una noticia de último momento, en contrario. Es fácil entender así, que en Australia, el próximo día veinte de marzo, sobre la sinuosidad del Parque Alberto, de Melbourne, se habrá de disputar la carrera –a las que se llaman Grandes Premios o Grand Prix, si se prefiere– número 936 de la historia.

Es de imaginar cuántas cosas no se han experimentado con casi mil experiencias vividas. Por eso, siempre es muy bueno recalcar que, en el deporte con motores, no termina todo con una clasificación o con un marcador final. Que también los hay… …Pero es que, con el paso de los meses, el automovilismo de competición de más requinte: va evolucionando a su motivo principal, a saber: el auto. Ya que en efecto, se trata en última instancia de carreras de ellos.

Basta echar la mirada atrás, para reconocer que en 1950 se jugaban las pruebas en unas bañeras –o tinas– con cuatro ruedas. Cuando por estos días se tripulan más bien, unas naves que son parientes cercanas a los aviones, y no a cualquier tipo de ellos, sino a los de combate: los más hábiles, los más veloces, los más fieros. O sea gasto de adrenalina en estado puro.

No. No es una mera competición. No son las carreras en sí. No es tampoco la Fórmula 1. Es la gesta del arte tecnológico.

Más allá del progreso impresionante de los bólidos, cuya principal misión es untarse al piso a pesar de que vayan raudos a más no poder, en el centro de la atención y de la tensión: está el núcleo de todo. El Quid. O sea: el Homo Sapiens.

Son hombres quienes discurren las cualidades de los Fórmula 1. Son seres humanos quienes los diseñan y también, son tipos de nuestra especie quienes operan con cada herramienta –por complicada y exquisita que ésta sea– hasta darle fin a un auto de carreras formidable. Y al final es un tipo, cada vez más joven por cierto, quien le da vida al juguete sobre el asfalto: a todo trapo.

Ellos son los ídolos. Los deportistas millonarios. Una suerte de Play Boys muy intrépidos, hasta temerarios, que se meten con una facilidad y cinismo absolutos: a tocar y sobrepasar, cada vez que se puede, los límites de la naturaleza. Las leyes inmutables de la física. “Nunca pueden estar dos cuerpos ocupando el mismo lugar”. Por eso, sólo hay un ganador. Son los héroes de la época actual. Los argonautas del siglo XXI que desafían a lo imposible, en busca de la victoria.

No hay paliativo que valga: en última instancia, lo único que cuenta es el triunfo. A su lado o por debajo de él –incluso si se quiere, hasta por encima– podrá situarse la anécdota. Que no vale, más que como eso, un simple detalle, un suceso que pasó, evanescente. Lo que queda perene son los laureles. Por lo mismo, hay al menos dos clases de corredores dentro de la fauna de la más alta velocidad: los ganadores y, los que dan vueltas y más vueltas alrededor, pero no tocan la entraña casi inasible de la gloria. El loor.

Un corredor, que no se ha sobre puesto a todos y se ha coronado campeón, como rey, o monarca, o mandamás: no deja de ser un tío del montón. Y vale lo mismo, si se habla de Stirling Moss, o de Gilles Villeneuve, pueda ser Wolfgang von Trips o incluso el bien amado Piero Taruffi. Ahí están, pero sin estar del todo: por no haberse alzado con la copa de un torneo mundial, completo.

Tal cual lo es, un poco lo mismo, cuando se habla de las victorias. Un casco que no ha ganado una carrera, tiene un valor casi nulo.  Y con mucha pena ha de decirse que no existe atenuante que valga en lo ocurrido a: Andrea de Césaris con 208 carreras en las que largó; Nick Heidfeld con 183; Martin Brundle después de 158; Derek Warwick 146; Jean-Pierre Jarier 134; Eddie Cheever 132; Adrian Sutil 128; Pierluigi Martini 118; Mika Salo 110 y Philippe Aliot con 109 arrancadas. Que son los diez más inútiles de la historia. Grandes perdedores. Volantes, por debajo de la mediocridad, así los haya visto correr media humanidad y los hubiesen aclamado alguna tarde y fueran famosos en su aldea. Les faltó lo que le falta al bambú. Contenido.

El pretexto que se da, suele ser la más grande idiotez: nunca ganaron, porque no tuvieron el coche para hacerlo. Hay que añadir sin falta y pronto, que no dispusieron de él, porque no tenían con que usufructuarlo. Nunca dieron la medida para que los llamaran a pilotar un auto ganador. Cuando se acercaron a la posibilidad, si es que lo hicieron: su poder interno, no tuvo para echar el resto y cristalizar el ser el primero y el único en vencer por lo menos en una ocasión.

No es cuestión de moral, ni de afectos mal o bien entendidos, es asunto de los talentos y el canje de ellos. Por eso los que sí que han ganado, y ni hablar: los que han sido campeones mundiales, son imperecederos.

Nadie debe sentirse apenado y menos ofendido cuando se le cuelga la etiqueta de perdedor nato a un profesional ¿Pondría en manos de un cirujano que siempre yerra en sus operaciones la vida de un hijo? No. Tampoco lo hace otro. Simple y sencillamente, hay quienes no traen en su ADN el gen de la conclusión a tambor batiente, de una obra que se empezó; porque no son capaces de saber ni pueden concluirla.

Por eso, aunque vaya resultar incompleta y apenas,  pasará rozando a las epopeyas de los más grandes de todos los tiempos se toma ahora el riesgo y se contarán algunas peripecias de los grandes conductores. Algo que va a valer la pena intentar. Un repaso. No sin antes, rogar una disculpa a cada lector@ y solicitar que cuando se le antoje: escriba hacia acá, para añadir o censurar a su antojo.

La única manera de aprehender, de asir, de coger por sus méritos a los ejemplares, será: yendo a los números y empezar a darle forma a un desfile, que siempre –dicho está, quedará incompleto y que tiene que ser por fuerza: a gusto de unos y enfado de otros– ya que sabido es, que cada quien tiene sus ídolos y no hay iconoclasta, que pueda derrotar a esa razón, muchas veces llena de la más cándida sinrazón. Después: se podrá mencionar a otros, según las épocas en las que compitieron y luego tal vez, al resto, por su origen.

Ante la duda sin han sido más importantes los pilotos del inicio. O los de la mitad de la historia. Tal vez los de hoy ¿o quizás, quienes danzan entre ellos? Es una necedad preguntarlo y más grave tratar de llegar a una respuesta pontificia. Cada piloto, es él y su circunstancia.

Para no quedar mal con nadie y sin temor a una equivocación; si por fuerza, hay que decantarse por uno solo, lo más correcto y decente –además sin muchos visos de discusión– es hacerlo inclinando la balanza a favor de Tazio Nuvolari (1892-1953) quien nunca tomó parte de una carrera de Fórmula 1, pero bien que puede santificarse como el fundador de la orden, por que él fue quien enseñó en camino a la victoria imposible. Ganar por encima de todos los inconvenientes y variables. Ser el primero en el arribo.

CIFRAS COMO HIELO

Bendito el que discurrió los números. Son mudos, pero inconmovibles. Para decir, que hay “entradas” con un registro por mínimo que fuera, hasta de 988 corredores. 750 de ellos, al menos, por una ocasión estuvieron en una grilla –o Grid– para jugar en la partida.  Quienes más veces lo intentaron han sido: del décimo al primero: Felipe Massa (BRA) con 229 largadas; Giancarlo Fisichella (ITA) con igual número; Kimi Raikkonen (FIN) con 231 arrancadas; David Coullthard (ING) 246; Jarno Trulli (ITA) 252; Fernando Alonso (ESP) 253; Riccardo Patrese (ITA) 256; Jenson Button (ING) 284; Michael Schumacher (ALE) 307 y, Rubens Barrichello (BRA) 323.

Esto es que: Button, Alonso, Raikkonen y Massa podrán aumentar hasta 21 largadas más; pero, quedará aún intocado el número que alcanzó Schumacher y con más razón, el de Barrichello.

Quienes más veces han ganado, del décimo al uno son: Jim Clark (ING) y Niki Lauda (AUT) 25 veces. Jackie Stewart (ING) 27. Nigel Mansell (ING) 31. Alonso 32. Ayrton Senna (BRA) 41. Sebastian Vettel (ALE) 42. Lewis Hamilton (ING) 43. Alain Prost (FRA) 51 y Schumacher con 91 victorias en el bolsillo. Alonso, Vettel o Hamilton podrían dar alcance a Prost. A Schumacher, tal vez nunca, alguno lo vaya a lograr.  

Una cosa es ganar, y otra muy distinta en qué proporción de lo consuma. Sometida esa colección de triunfos, a las veces en que compitieron: Juan Manuel Fangio –quien es el undécimo de la lista con 24 victorias– acumuló un % del: 47.06; lo que tal vez, sea irrepetible para siempre. Clark sintetizó su paso por este mundo, con un gradiente del 34.72%. Schumacher, muy lejos, con el 29.64%. Stewart el 27.27%. Vettel –y es notable esto– con el 26.58%. Otro tanto Hamilton, con el 25.75%. Prost el 25.63%. Ayrton el 25.47%. Mansell el 16.58%. Lauda el 14.62; y Alonso, apenas el 12.65%.

[Con el fin de compactar la información, se dan como ingleses (ING) aun si han sido de Irlanda o de Escocia. Normalmente, se los llama británicos y punto].

Con las Pole Positions, los diez más veloces –contra reloj– han sido: Lauda 24. Mika Hakkinen (FIN) 26. Juan Manuel Fangio (ARG) 29. Mansell 32. Prost 33 como Clark. Vettel 46. Hamilton 49. A. Senna 65 y Schumacher 68. Hamilton y Vettel tienen la palabra, para intentar el salto, o el asalto.

Lo interesante, vuelve a ser, su porcentaje referente a la productividad, o asertividad: Fangio, nada más el 56.86%. Clark el 45.83. A. Senna 40.37. Hamilton 29.34. Vettel 29.11. Schumacher el 22.15%. Mansell el 17.11. Prost el 16.58. Hakkinen el 16.15%. Y Lauda con el 14.04%. Se puede ver que el argentino fue, como de otro mundo. Clark y Ayrton, sencillamente, maravillosos.

Son pocos los que han ganado carreras, van tan solo 105 en más de seis décadas de competición. Pero son muchos menos, quienes han sido campeones –solo 22– lo que es una minucia si se conocen vida y milagros de casi mil corredores de la F1.

Por un año nada más, la lista dice que han conseguido ceñirse la corona: Button en 2009. Raikkonen en 2007. Jacques Villeneuve (CAN) [hijo de Gilles] en 1997. Damon Hill (ING) [hijo de Graham] en 1996. Mansell en 1992. Keke Rosberg (FIN) [padre de Nico] en 1982. Alan Jones (AUS) en 1980. Jody Scheckter (SAF) en 1979. Mario Andretti (EUA) en 1978. James Hunt (ING) en 1976. Jochen Rindt (AUT) en 1970 y es el único campeón que ganó su corona, ya muerto. Denny Hulme (NZE) en 1967. John Surtees (ING) en 1964. Phil Hill (EUA) en 1961. Mike Hawthorn (ING) en 1958. Y Giuseppe “Nino” Farina (ITA) que lo fue en 1950, como el primer monarca de la historia.

Sigue un número muy selecto de aquellos, que han repetido, quedándose con la corona mundial. Así pues, por un par de veces sí lo lograron, hasta ahora: Alonso en 2005 y 2006 con el mismo equipo. Hakkinen en 1998 y 1999 también sin cambio de organización. Emerson Fittipaldi (BRA) 1972 y 1974. Graham Hill (ING) 1962 y 1968. Clark que fue fiel a un sólo patrón, en 1963 y 1965. Alberto Ascari que tampoco cambió de escudería, y fue en 1952 y 1953.

Tres veces laureados, muy pocos: Hamilton en 2008, 2014 y 2015, el único británico que lo ha hecho en años consecutivos. A. Senna en 1988, 1990 y 1991. Nelson Piquet (BRA) en 1981, 1983 y 1987. Lauda en 1975,1977 y 1984. Stewart en 1969, 1971 y 1973. Jack Brabham (AUS) en 1959, 1960 y 1966; sólo él, lo consiguió en un auto con su marca: un Brabham.

Tetracampeones hay sólo dos: Vettel en 2010, 21011, 2012 y 2013 todas al hilo, y con la misma marca de auto. Prost en 1985, 1986, 1989 y 1993.

Pentamonarca, uno de los genios de siempre: Fangio que lo fue en 1951, 1954, 1955, 1956 y 1957.

Claro, hepta, nada más ha habido uno: Schumacher en 1994, 1995, 2000, 2001, 2002, 2003 y 2004. Sus cuatro campeonatos seguidos, con el mismo color de coche: rojo escarlata. Y los dos primeros, también sobre las mismas unidades, pero de muchos colores unidos.

No hay por qué perderse echando cuentos. A partir de los que se mencionan como ganadores, debe de estar el mejor de siempre desde 1950 hasta 2015. Cada aficionado será muy sabio para escoger aquel que él, considera como el mayor de todos.

Es muy frecuente que en la mayoría de las encuestas aparezcan Clark y Ayrton Senna como los más admirados. Otros puristas, ven en Fangio al que tiene más méritos. Prost siempre entra en la polémica. Y cuando se habla de resultados netos, en números puros y duros: Schumacher no tiene parangón.

Lo cierto es, que hay de donde escoger y debe de quedar muy claro que la unanimidad no es lo esencial cuando se trata de política, de credo o en los asuntos del deporte. Por eso es que ventilar el tema, puede ser muy saludable. Y que cada quien se mantenga en sus ideas e incluso que las defienda, sin ignorar a quienes piensan diferente y esgrimen orgullosos su por qué.

No está sujeto a caprichos arbitrarios, pero parece quedar muy claro que entre los de hoy, tanto Hamilton como Vettel, están entre los más destacados de siempre. Muchas voces, se unen en desear ver a Alonso como el más completo. Y hasta rayando en el absurdo, hay quienes piensan y vociferan, queriendo imponer el nombre de Max Verstappen quien según rezan, él, va a colocar a todos en su sitio. El tiempo es justo y hace lo que debe de ser hecho (casi siempre).  

No hay nada seguro, hasta que ocurrió. Mientras, son especulaciones. Meterse a lo hondo, cruzar por el azogue: para desde ahí, ver sólo con menor claridad. Es un error y habría que tratar de hacer a un lado, el fanatismo en obediencia a la nacionalidad. Porque entonces, ni se perdería el tiempo. Se aseguraría que como Ricardo y Pedro Rodríguez –según un mexicano estólido– ninguno más. Clamorosa mentira, por piadosa que parezca. Bobería que acaba dañando al prestigio de ambos corredores, porque hace de ellos una caricatura.

Dos países han pagado a muy alto precio, por querer valorar a una figura basados en el hecho tan azaroso, de haber nacido en la misma tierra los aficionados que le siguen y del piloto en cuestión. La barbaridad de decir, estoy con mi corredor hasta morir. Error. Porque el deporte más exigente arriba de un auto, está mucho más lejos del fervor por una nación.

Brasil, vivió unos años en que se “endiosó” con Ayrton, al grado tan enfermizo, de odiar a la Francia entera. Cuando infelizmente, se mata Senna. En vez de cerrar la página y engrandecer la leyenda; a unos irresponsables con micrófono o con pluma, se les ocurre nombrar a Barrichello como el nuevo Senna. Menoscabaron al pobre de Rubens, a quien le echaron encima un compromiso, endilgado a base de demagogia pura y a la vez: le dieron un golpe muy duro a la afición. Imperdonable. Pasó en 1994, y todavía se están lamiendo las heridas. Con todo rencor y gran frustración. Un deporte dulce, se volvió como la hiel.

En otro tenor, lo que enseñó España, que gozaron como enanos la época dorada de Fernando Alonso, subiendo la “alonsomanía” a los altares, casi-casi, como sustituta de la marca nacional.

La afición no maduró, no se veían las carreras, sino se miraba nada más al asturiano. No creció la cultura por el deporte, sino que se hinchó una burbuja, que hizo al dizque conocedor, un experto, que sólo tenía ojos para ver a su héroe.

Gran equívoco, porque el piloto es un ser humano, sujeto a las caídas. De suerte que, en la época con Ferrari del asturiano: se exaltó a tal grado el delirio, que no se pudo –o no se quiso– reconocer que en aquel equipo, algo estaba muy mal. Y ciertamente, no era Alonso el fruto podrido. 

Se perdieron de ver la evolución fenomenal de Red Bull; también del genio y el ingenio de Adrian Newey; de una maquinaria estupenda de Renault y de un señor piloto, como lo es Vettel. Cuya falta principal era, la de no ser español. Y un poco lo mismo ocurre, todavía, ante el fenómeno sensacional de Mercedes AMG y un volante espectacular de la medida de Hamilton, a quien no atinan como restarle importancia. La pregunta obligada es ¿que pasaría si Lewis o Sebastian fueran catalanes o vascos, los apartarían de lo español, porque sí, o unirían a la nación en una sola bandera?

La audiencia de la Fórmula va hacia abajo, y donde más lo señalan es, casualmente, en Iberia. No alcanzan a reconocer que los que les falta es una cultura más honda en este deporte y darle más razonamiento. Los fracasos monumentales de su circuito callejero en Valencia, les pasó inadvertido; el petardo singular del equipo HRT, fue como una pesadilla a la cual no se le dio el debido valor, de la que había que desentenderse rápido. Ya. Cuanto antes.

Es preciso echar las barbas a remojo en Venezuela, aun sin Pastor Maldonado en las pistas. Y en México, habrá que estar muy alertas para cuidar el privilegio de tener otra vez Grandes Premios, al margen de la capacidad que puedan demostrar: Sergio Pérez, Esteban Gutiérrez o Alfonso Celis, porque no son timoneros del otro mundo. Hay que decirlo con todas sus letras, para que conste así.  Sería fabuloso, que uno de los tres demostrara con hechos, no con desplantes, lo contrario.

Es clave que la afición crezca y vea con afecto y mucha inteligencia a su deporte. No es como el futbol, y menos como la lucha libre. Vamos, ni como la tauromaquia siquiera… …La F 1 es un deporte de elite. Hay que ponerse en esa tesitura para apropiarse de ella.

Son muy importantes los pilotos. Pero nada más es valioso que verlos así, una vez que se ha estudiado y cuando reflexiona críticamente –o sea, poniendo por delante el criterio– sobre los veinte que correrán en la temporada. Verlos a la luz de lo que han dejado como enseñanza, los 988, que han pasado por el deporte en las 935 carreras recientes.

Coches, sus gestores, las pistas, los reglamentos... También la seriedad y el estudio profundo de sus periodistas; no cualquiera que sube a la Internet, sabe a fondo de lo que habla. Cuanta variable se pueda atender, mucho mejor.

Toda la fauna y la flora de El Circus es muy interesante. Por ello, se continuará hablando de otros pilotos. De los míticos y de los verdaderos.

Muy amigable mente,

Ángelo della Corsa

 

 

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