¡A Mil Por Hora! Antes de llegar a España, una revelación
Ángelo della Corsa presenta su análisis previo al Gran Premio de España ¿terminará la racha victoriosa de Nico Rosberg en Barcelona?
Foto de: Mercedes AMG
México. Mágico. Dos palabras de tres sílabas, con tilde esdrújula y que siendo tan diferentes en su connotación, de pronto casan como por encanto, en más que feliz coincidencia.
Ha sido el día primero de noviembre del año pasado, cuando terminaba el Gran Premio de México de 2015.
Por uno de esos golpes muy raros de la suerte, decidió colocarse el podio para los tres mejores en la carrera, lejos de la recta principal –como se lo hace en todas las pistas del mundo– pues al contrario, en el Autódromo Hermanos Rodríguez, se puso a la espalda de ese punto ortodoxo. En una zona lo más semejante a un estadio. Rodeada de tribunas.
Del trio de quienes subieron a las escalerillas, el más sorprendido fue el piloto alemán del equipo Mercedes AMG, Nico Rosberg, quien llegó el primero al final de la prueba.
A poco, acusó, nunca haber sentido antes algo así; no sabía bien si era piloto de Fórmula 1 o una estrella del Rock.
No. No eran los vítores de siempre al vencedor. Era una afición enardecida que en lugar de bramar o ulular: cantaba. La canción más dulce que jamás escuchó.
El himno más extraordinario para enaltecer a la victoria.
No fue algo ensayado. Nadie lo imaginó. Sucedió por artes del hechizo mexicano, inescrutable.
Otra explicación a la mano, no la encontrará.
Que sin embargo sí que está demostrada: ha sido un embrujo. Un pase de mago (el maestro) que transformó a un piloto de la medianía, ahora metido en los libros de oro de la más alta velocidad, firmando una gran hazaña.
Se enciende un semáforo verde, blanco y rojo en su corazón o en su cabeza, y empieza a tejer un hilado de victorias que rozan en lo inaudito. Ningún apostador, por pícaro que fuese, hubiera atinado a que engarzaría el rosario de siete triunfos seguidos, uno, luego del otro. Nico Rosberg ¿cómo que Nico Rosberg? Sí. Él. El mismo.
Llámele, la fortuna de un golpe de dados increíble. Convérselo si quiere, como una obra celestial de los dioses mexicas: Huitzilopochtli, Tezcatlipoca o la Coatlicue. El hecho incontrovertible ahí está. La numerología del arcano servida: siete veces, siete.
¿Qué quisiera ver y sentir el aficionado el próximo domingo?
Ver el ocho. Saber cristalizado ese número que parece no tener fin en su andar girando sobre sí, sin final y sin principio.
Nada más de eso: está llena la esperanza en Barcelona para el Grand Prix que viene.
Porque la Fórmula 1 esperaba por lo real maravilloso. Lo merecía para todos aquellos que creen en ella. Ajá. Sí. Ya era hora de ver, oír y hablar de un hecho extraordinario. Una proeza. La gesta imposible.
Si usted pregunta por “El Dorado” lo que van a sobrar serán aseveraciones. Desde las muy sesudas hasta las que no tienen sustancia. Por fin ¿es un lugar? ¿un personaje? ¿un instante? Pues resulta, nada más y nada menos: que es un mito, que trae aparejado su propio rito y de ahí la elevación, el encantamiento.
Entiéndalo como usted guste, pero ni por un segundo dude de que, Nico Rosberg, dio con su propio El Dorado. Salió de su laberinto el fauno.
No podía ser en otro lugar, ni en otro momento: tenía que ser en el México mágico que le cantó con una sola voz: “no se lo des a nadie”…
En efecto, este campeonato, sino cambia de “chip”, será de él y sólo de él.
No tendrá que rendirle cuentas más que a la fortuna con la que se encontró, en medio del “Foro Sol”, cuando estaba con las lágrimas por brincarle de los ojos.
Nico ¡Canta y no llores! No se lo vayas a dar a nadie…
Muy amigable mente,
Ángelo della Corsa
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