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Análisis

¡A Mil Por Hora! La clave Morse, llega a la era digital

No importa la época en que se redacte sobre Fórmula 1, la clave siempre será la misma: nada de escribir por escribir, sino hacerlo con intensidad y altura como desafío constante.

El ganador, Lewis Hamilton, Mercedes AMG F1, celebra

Foto de: Mercedes AMG

Eran los tiempos de paladear los Grand Prix de ciudad a ciudad en Europa y los extranjeros que llegaban, así como los autóctonos de mucho mundo, relataban sólo maravillas de los coches que jugaban a las carreras con excentricidad bárbara, allá.

Marinetti. La máquina vapor o la de combustión interna. Y la corriente alterna ya bajo control absoluto. Es tiempo de que llegue esa vanguardia excéntrica llamada Futurismo, no sólo como propuesta a un canon de belleza, sino como concepto para ser vivido. Darse prisa…

En 1950 ya se ordenaron las pruebas de Fórmula 1 tal como ahora las conocemos, sus acontecimientos llegaban gracias a los cables y los teletipos a pocas partes del mundo –porque era por entonces mucho más grande–  luego evolucionó espacio y tiempo.

Hablar de La Mille Miglia, de La Targa Florio o de Le Mans era un tópico sólo para los copetudos. Bocados de cardenal que cabían nada más en esa actitud de los catrines. Los dandies. De vestimenta distinguida con su gazné, un blazer azul marino con botonadura dorada y guantes para conducir; saber a la perfección vida y milagros de Nuvolari. Lo sport y la elegancia eran una y la misma cosa.

Se decía poco más sobre estas justas por los diarios de las metrópolis que, tarde y entrecortados, hacían llegar los sucesos. Acaso en las salas de cine exhibían unos noticiarios pobretones. Así se veía a Fangio, a Farina, o a Taruffi.

Con pereza, años después, la televisión primitiva –en blanco y negro– comenzó a contar los pormenores. Las carreras iniciaban su andadura para hacerse internacionales.

Desde el comienzo se lo entendió como un deporte de minorías, igual que a las carreras de caballos o el caso de los veleros. Poco más tarde, cuando ya se dispuso de la vía telefónica se podían recibir más y más novedades. Eran los tiempos de la década que se llamaba de los años sesenta y por entonces en México, se emprendía la saga de los hermanos Rodríguez. Al presidente de entonces –juvenil y seductor– Adolfo López Mateos lo conmovían por igual las mocetonas lindas y los autos deportivos. Por cierto, buen amigo de los padres de Pedro y Ricardo…

Ocurre que explota con frenesí la industria mundial del automóvil y la comunicación, da un arranque de modo hasta antes impensado: proliferan las revistas, hay más periódicos y la radio ya repetían los nombres de Clark, Lauda o Fittipaldi. Mucho más tarde operó ese portento, hoy en extinción, llamado fax.

Se decanta el negocio de las carreras en sí, y las justas de velocidad explotan por el planeta. Indianápolis o Mónaco como sus paradigmas tempranos e imperecederos. El tema, que era al iniciar, sólo para los entendidos, pasó a ser popular.

 La nueva manera de mirar la TV, más tendiente al ocio, acentuó el interés en el deporte y el espectáculo. Los ingleses y, en particular, el zar de la difusión de la F1 divulgaron masivamente la disciplina y lo de sus marcas con intereses específicos: cigarrillos, vermús y aditivos para los motores entre ciento de propuestas.

De la comunicación balbuciente se llegó a la era cibernética para hacer énfasis en el deporte más ducho de todos, en sus avances. Una actividad eminentemente basada en la imagen. Arte tecnológico puro.

Ya cerca de empezar nuestros días aún no bien entendidos: la Internet, las redes sociales y los móviles: elevan a la Fórmula de las fórmulas, al rango de las Olimpiadas o los Mundiales de fut.

No es posible ver lo que pasa cada tres metros en la pista, pero las carreras televisadas sí que lo hacen. Así, se encanta a millones de espectadores con las pantallas que comparten la pasión por la velocidad, casi como si se estuviera adentro de las naves en su carrera.

Estaba creado el nuevo concepto. En un santiamén, se pasó de los códigos Morse a las plataformas múltiples con aparatos de la cibernética, que pueden atrapar de cuanta manera sea posible la atención de todos.

Retorno al principio. Lo escrito se vuelve permanente. Se asienta lo ocurrido con el recurso rudimentario de la crónica y cuando ésta, consigue ser arte, hasta es capaz de deslumbrar.

Nada de escribir por escribir. Hacerlo con intensidad y altura como desafío constante.

Un millón de gracias porque lee todo esto.

Amigable mente,

Ángelo della Corsa

 

 

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