Anécdotas con Michael Schumacher

La temporada 2004, la del séptimo de Michael Schumacher, fue excepcional por donde se le mire. Pero pudo haber sido incluso mejor.

Schumacher llegó al GP de Mónaco con números casi perfectos, 5 victorias de 5 posibles, cuatro poles, cuatro vueltas rápidas. El séptimo título se asomaba, su racha de triunfos se vislumbraba imparable. Eso hasta que en la vuelta 46, en la que calentando neumáticos para un reinicio dentro del túnel, acabó chocando con Juan Pablo Montoya. 

Yo en ese entonces cubría la F1 para RCN Radio en Colombia y para FOX Sports Latinoamérica. Pocas veces vi a Schumacher tan disgustado y esperaba que su rueda de prensa post carrera fuera corta. Ahí estaba, con toda la prensa y cuando llegó Schumacher frente a nosotros, alguien puso su pie sobre el cable de mi micrófono y no llegaba a captar la voz del alemán.

Yo halaba con todas mis fuerzas para intentar que quien lo tenía pisado se diera cuenta. Y de repente así fue, pero con tanta fuerza halé, que cuando lo soltaron, acabé por golpear a Schumacher en la boca con mi micrófono. Me sentí muy mal, terriblemente apenado. Solo atiné a ofrecerle disculpas. 

"I'm really sorry...", le dije, pensando que explicarle como había ocurrido no cambiaría nada. "It doesn't taste good" (no sabe muy bien), me respondió, un poco disgustado, pero luego continuó la rueda de prensa. No me atreví a hacerle otra pregunta. 

De no haber sido por el incidente con el de Williams, probablemente habría enlazado otra victoria, tal vez dejando una racha de 13 triunfos, un récord que no tiene él, sino Sebastian Vettel, con 9.

Ese día a Schumacher lo golpearon dos colombianos. Primero Montoya, luego yo.

Conferencia de prensa: Juan Pablo Montoya, Michael Schumacher y Ralf Schumacher

Photo by: BMW AG

La atención al detalle de Michael

Al final de la temporada 2001 en Suzuka, como era la tradición en esa época, los pilotos y la gente del paddock se reunía en un lugar llamado Log Cabin, un karaoke ubicado dentro del complejo del circuito, que constaba de pequeñas cabañas. Mi padre Germán y yo compartíamos en una de estas con Juan Pablo Montoya y algunos amigos. 

De repente en las horas ya fuertes de la celebración, la cabaña se inundó de gente, en su mayoría alemanes. Estaban Michael y su hermano Ralf, Mario Theissen de BMW, los representantes de prensa del equipo, algunos ingenieros, entre otros. A duras penas nos podíamos mover.

El karaoke ponía alguna canción de los ochenta, que cantábamos todos, pero el sonido de los altavoces era un poco estridente, distorsionaba. Para todos tal vez estaba bien, pero no para Schumacher.  Mi padre estaba al lado del equipo de sonido, el entonces cuatro veces campeón, de pie sobre una silla en la esquina opuesta.

Le intentaba decir con señas a mi padre que ajustara el sonido. Mi padre no le entendía, hasta que captó el mensaje entre señas e intentó mejorar el sonido, moviendo un poco aquí y allá en el ecualizador, sin mayor ciencia.

Para él había mejorado, pero para Schumacher no. Fue a tal punto que cruzó de una esquina a otra por entre el gentío, llegó al ecualizador, bajó todas las perillas y luego fue subiendo una por una hasta que llegó a los niveles que, a su juicio, eran los ideales. Y efectivamente, sonaba mejor. Luego, continuó la fiesta.

Un profesional en todo el sentido de la palabra, un perfeccionista, que también sabía divertirse fuera de la pista y que saboreaba cada victoria como si fuera la última.

#KeepFightingMichael