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Opinión: el bus perdido de la Fórmula 1

La Fórmula 1 tiene claro dónde llegar pero no encuentra el cómo. Así se estrena en Motorsport.com el analista Albert Fabrega.

El sol se pone sobre Bahrein

Foto de: XPB Images

Segundo puesto Kimi Raikkonen, Ferrari SF16-H en el parc ferme
Stoffel Vandoorne, McLaren MP4-31 en el garaje
Daniil Kvyat, Red Bull Racing RB12
Un helicóptero sobrevuela el paddock al atardecer
Lewis Hamilton, Mercedes AMG F1 Team W07
Sebastian Vettel, Ferrari SF16-H
Fernando Alonso, McLaren

Ir en el bus que cada día la organización pone a disposición de la prensa para ir al Circuito de Sakhir es toda una aventura. Aquí, el trazado está a unos 30 kms del centro de la ciudad, en medio de la nada. Y en Bahrein la nada se llama desierto. Nunca he entendido por qué no lo construyeron más cerca de la ciudad. Quizás por el ruido, claro. Digo que el ruido de la ciudad podría colapsar el “sonido” de los monoplazas. Y es que en la F1 hemos pasado de ruido a sonido. De agresividad a gestión. De locura a control. De potencia a eficiencia. De héroes a deportistas. De mitos a reconocidos. Pero, ¿se ha descafeinado la F1? Yo creo que no, o en todo caso, tanto como la sociedad misma.

La F1 ha dado un golpe de timón para no alejarse del rumbo marcado por las tendencias y los intereses marcados por los que pilotan y gobiernan los poderes que mantienen el sistema en pie. Las marcas y sponsors quieren estar ligados a un entorno verde, eficiente y híbrido. Y la F1 lo ha intentado, porque nos agrade o no, la F1 es tan negocio como deporte, si no más. Aquella mal gestionada introducción del KERS en 2009 fue el primer paso para hacer una F1 más verde, pero también una muestra clara de que la mala gestión de los hilos que gobiernan esta F1 moderna puede echar al traste cualquier buen modelo que se quiera implementar. La nueva normativa de motores híbridos es buena para el futuro de la F1, pero su introducción ha sido poco progresiva, mal planificada y peor gestionada. Y como siempre, el espíritu que lleva(ba) consigo la F1 en su ADN ha sido atropellado, masacrado y mutilado por las ansias. Ansias desbocadas que no solo buscan llevarse los trofeos para llenar vitrinas y egos, sino también para alimentar los múltiples poderes fácticos que rodean y maniatan la F1.

Esos mismos hilos que mueven la marioneta son los que se han enredado con el nuevo formato de la clasificación. En Australia, y aunque fuera sólo por una vez, la F1 estuvo unida en un mismo argumento: la nueva no era buena. TODOS, absolutamente todos. Y ni así. La Comisión de la F1, mal llamada gobernanza, no fue capaz de arreglar tal desaguisado para Bahrein. Ha hecho falta otra puesta en escena a ojos del mundo para demostrar que ya no es solo la Q3. Tampoco funcionó la Q1, ni la Q2. Y es que ni su principal argumento, el resultado final, tampoco cambió.

Y así vamos, como la F1. Contentos e ilusionados de estar sentados en un bus que sabe dónde quiere llegar, pero con un conductor que no sabe cómo. Al menos nosotros ni le incordiamos ni le intentamos coger el volante.

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