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Análisis

‘A la cabeza’, por Martín Urruty

Nuestro colaborador refiere la forma en que Marc Márquez "intimidó" a sus rivales para ganar el GP de República Checa.

Marc Márquez, Repsol Honda Team

Marc Márquez, Repsol Honda Team

Gold and Goose / Motorsport Images

Los grandes dominan todo, hasta la cabeza de sus rivales. Se meten en su psiquis, a menudo con sutileza, hasta manejar la mente del adversario a control remoto como si fuera un dispositivo más.

A Michael Doohan, que paseó con su credencial de invitado por la grilla de Brno mientras se decidía la postergación de la largada hasta que se secaran las primeras curvas, le gustaba hacer eso en sus tiempos de piloto.

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Álex Crivillé, quien fue su compañero en el equipo oficial Honda y en 1999 lo sucedió como campeón, suele recordar que al australiano le agradaba esperar hasta cerca del final de las tandas para salir a pista y marcar el mejor tiempo desmoralizando enemigos.

Ayrton Senna utilizaba una estrategia similar, como pintó el afable mexicano Jo Ramírez en su libro "Memories of a racing man": "Tenía la filosofía de desmoralizar a la oposición, intimidar a los otros pilotos cargándolos con un sentimiento de inferioridad empezando por sus compañeros de equipo. Tenía que ser el más veloz todo el tiempo, en pruebas, prácticas o clasificación".

Marc Márquez, que tenía seis años cuando el quíntuple campeón de 500 cc. se retiró y sólo uno cuando el tricampeón de Fórmula 1 murió en Imola, manipuló desde la pista a sus oponentes con la misma destreza con la que doma su Honda RC213V.

Las vueltas con las que Márquez apabulló a la competencia en la clasificación para el Gran Premio de la República Checa hicieron recordar al giro con el que Senna logró la pole position en Mónaco 1988, apenas su tercera carrera con McLaren, cuando aún no había ganado ningún título y derrotó a su cotizado compañero Alain Prost, entonces ya bicampeón mundial, por 1s4. No hay registro de una ventaja tan holgada como la obtenida por Márquez en clasificación en la era de MotoGP. Con gomas lisas sobre la pista aún mojada, el español le sacó ¡2s524! a Andrea Dovizioso, actual doble subcampeón.

Por eso, cuando el chaparrón mojó el asfalto checo 45 minutos antes del comienzo pactado para la competencia, no faltaron los que jocosamente multiplicaban dos segundos y medio por 21 giros, el recorrido de la décima fecha, para pronosticar por cuánto ganaría.

Márquez obtuvo su quinta victoria del año, tercera en la elite en la pista morava, con menos diferencia de la que sacó en clasificación. Apenas un detalle de color. Y no sólo porque al entrar a la recta principal inició el festejo y soltó el acelerador. Su dominio fue tan claro desde que el semáforo apagó sus luces rojas que la distancia final con Dovizioso resultó apenas un decorado en el resultado. Su gestión de competencia, precisa administración de los neumáticos elegidos -delantero duro, casi un requerimiento de la Honda, y trasero blando- y la imposibilidad de Dovi para apurarlo en un circuito donde un año antes lo había vencido permitieron que Márquez rematara la faena a su gusto: unas vueltas rápidas en la segunda mitad de carrera para terminar de alejarse y luego ritmo continúo hasta la bandera de cuadros. No necesitó más.

Tampoco lo precisaba un día antes, en clasificación, pero decidió tomar riesgos mayores -acaso acicateado por el incidente con Álex Rins- y demoler oponentes con un giro extra que hasta hizo enojar a la cúpula de la escudería, representada por el japonés Takeo Yokoyama (director del proyecto MotoGP de Honda) y el director deportivo Alberto Puig, a quienes no les gustó que el heptacampeón afrontara peligros innecesarios con la pole ya asegurada.

Ni las victorias, 50 en MotoGP -cuarto piloto de la historia que llega al medio centenar- y 76 en total -misma marca que Mike Hailwood-, ni los cinco títulos -siete en el acumulado- han cambiado a Márquez.

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Tampoco las vacaciones de verano desde su décimo triunfo en fila en Sachsenring hasta el reciente festejo en Brno. Sigue igual, con el mismo ímpetu que cuando ascendió en 2013, pero mejor, con más experiencia.

Pese a los deseos de sus jefes, como cuando desde el paredón de boxes, Puig intentó aplacarlo en la Argentina, o el enojo manifiesto en el parque cerrado luego de la clasificación en República Checa, Márquez se niega a transformarse tan temprano en un burócrata. Y está bien.

Nada le haría peor al Mundial que su máxima figura, el piloto que por talento y edad parece destinado a terminar con los récords más importantes, se convirtiera en un administrativo.

Aunque en ocasiones su dominio vaya a contramano de los requerimientos de la industria del entretenimiento, esa que prefiere generar emociones permanentes -a menudo de ficticio origen-, conviene recordar que las más grandes leyendas del deporte se han forjado también aplastando a la oposición cuando han podido obligándola así a alcanzar una nueva vara.

Como Doohan, el legendario quíntuple campeón que antes de la largada en Brno se paró frente al primer cajón de la grilla que ocupaba Márquez y lo saludó a la distancia. Casi una reverencia. Un rato después, el actual quíntuple campeón ganó en Brno y quedó a sólo cuatro victorias de igualar al australiano como tercer máximo ganador de la historia.

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