Los pilotos al poder
Adrián Puente asegura que la cena que llevaron adelante los pilotos de la Fórmula 1 en Shanghai marca el comienzo de una revolución por parte de los corredores.
Foto de: Uncredited
Previo a la disputa del Gran Premio de China, los pilotos de F1 se reunieron a cenar. Todos pagaron sus cuentas individualmente y cumplieron con lo que hoy representa un inocente ritual, subieron una foto a las redes sociales. Todos la replicaron, todos la comentaron… estaban de civil, sin marcas, sin patrocinios, sin ningún tipo de soporte comercial. Eran ellos, sin galones, Hamilton mezclado con Sainz, Alonso apenas delante de Verstappen. Generaciones diferentes, intereses comunes, espacios compartidos, la butaca de un auto de F1…
Saben que la categoría a la que representan es el máximo estándar posible dentro del automovilismo, pero perciben que sufre de heridas sangrantes, peligrosas y amenazas colaterales, que bien podría hacerle perder el trono que ostenta desde hace más de 60 años. Para los pilotos fue una foto inocente, pero la arrasadora cultura visual de estos tiempos potencia mucho más sus efectos, habla mucho más que cualquier carta. Con una plataforma de estos tiempos, se restituye el espíritu del pasado. Aquellos pilotos tallados en otras ideologías de época, que llamaban a la rebelión a cada paso. Aquellos, protagonistas incluso, que eran capaces de boicotear una carrera.
El “Pacto de la Concordia” que impera en la política de la categoría desde que Ecclestone asumió el poder, es una fábula de acuerdo donde las grandes terminales automotrices sellan sus intereses con el mandamás, y en el más democrático de los casos, deliberan a puertas cerradas el rumbo a seguir. Un espacio donde hace al menos dos décadas, los pilotos no pueden ni siquiera transitar. Ilustres apellidos han quedado sometidos a un protocolo, un manual de estilo… limitados gramaticalmente a los acuerdos comerciales de sus escuderías, la política de silencio de la FIA y los sponsors de Ecclestone.
Desde esta plataforma surgida en los 90, surgieron estrictas matrices para los protagonistas del show. Pilotos silenciosos, medidos, acotados, eficientes y aburridos. Pero algo pasó. La interacción planetaria entró en la F1. Los jóvenes rompieron moldes donde ahora los veteranos se animaron a entrar. Restituyeron el valor, no sólo de quienes manejan el dinero, sino también el capital de quienes se animan a movilizar la ganancia desde la butaca de un auto y a 350 km por hora. Ahora no sólo publican desde las cuentas corporativas, también lo hacen desde las personales. Se muestran como quieren ser. Cortan el flujo de la “democracia” de Ecclestone, escuchan a los fanáticos como nunca nadie antes.
Antes que cualquier idea, los grandes cambios nacen desde los nuevos paradigmas. La F1 es parte de este universo. Aquella inocente cena fue el comienzo de la contracultura de las carreras de autos. Aquellos ídolos inalcanzables, con pasaporte permanente en Montecarlo… empiezan a ser mortales. Este es el verdadero síntoma, que excede a cualquier delirio de un nuevo sistema clasificatorio. La F1 vuelve atrás para empezar de nuevo. La revolución comienza, era hora.
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